Algo se rompió en Rosario. Como en Buenos Aires con la Amia, Once o Cromagnon, más allá de las diferencias entre cada hecho, tragedias como las del edificio que explotó por una acumulación de una nube de gas en su planta baja, produce un cambio entre los rosarinos.
Puse un pie en la esquina de Oroño y Salta cuando casi todo había pasado. Habían pasado las llamadas infructuosas de vecinos a los bomberos y policías avisando que una fuga incontrolable de gas podía ocasionar una tragedia. Había pasado ese momento en el que los vecinos corrieron a socorrer otros vecinos mientras los servicios de emergencia caían en la cuenta que era cierto lo del gas en fuga.
Los gendarmes habían cercado la zona. Igual que como habían quedado cercadas las gargantas de las mujeres que desesperadamente quisieron dar cuenta de que algo mal iba a ocurrir. Lo sintieron, trataron de cubrirse, de cubrir a los suyos. Lo supieron antes. Por eso lloraban. Era la impotencia. No las escucharon.
Vidas que se perdieron. Unas bajo los escombros. Otras ante la destrucción de sus casas, de sus fuentes de trabajo. ¿Quién pagará por ellos? se preguntaba un vecina, desesperanzada.
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